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Texto del Doctor en trabajo social Emiliano Antonio Curbelo.
Quisiera hablar muy brevemente sobre el concepto “intervención social” desde la perspectiva del trabajo social, debiendo advertir que, si indagamos en la bibliografía existente, nos vamos a encontrar con diversas definiciones.
No obstante, poniendo negro sobre blanco, dicho concepto está constituido, al menos, por las siguientes dimensiones que se exponen a continuación:
Venga, te dejo que te saltes alguna parte...
Dimensión participativa
Toda intervención social, en mayor o menor medida, supone la existencia de un proceso participativo más o menos activo y dinámico en función del enfoque donde, normalmente, el trabajador y la trabajadora social, aportan su rigor científico para dar una respuesta resolutiva a las diferentes necesidades sociales y humanas que presentan las personas, familias, grupos y colectividades.
Bajo este paraguas, los también mal llamados “clientes» deben contar con su correspondiente grado de participación explicitado en los procesos interventores.
Así es que, lo dicho, debería entenderse como una oportunidad para fomentar metodologías participativas bajo unas lentes que fomenten actuaciones más asertivas, proactivas y preventivas y menos reactivas.
Dimensión representativa
Interesa asignar una identidad a todos los actores desde una posición de igualdad y simetría, incorporando en esta lógica también a las personas que requieren de una ayuda profesionalizada.
De este modo, el trabajador y la trabajadora social debe representar sus intereses y defender los de éstas últimas, debiendo para ello transitar del actual esquema mental arcaico que los sitúa como meros objetos a una consideración de sujetos protagonistas de su propia realidad.
Como seres humanos únicos, se interpela a las garantías legales y sociales que ofrecen los diversos marcos normativos, tanto nacionales como supranacionales, que asignan derechos a cada ser humano, desde sus singularidades, por el mero hecho de serlo.
De esta forma, hablamos de personas no de expedientes.
Dimensión colaborativa
Son las sinergias que se establecen de forma conjunta para desvelar las diferentes alternativas para la resolución de los múltiples problemas sociales.
Esto implica vincular en todos los momentos procesuales de la actuación profesionalizada, tanto a los profesionales, como a la persona de manera individual o como integrante de una familia, grupo o colectividad.
Debemos dejar atrás los egos y pensar que, nadie más que ésta última, tiene las claves resolutivas para hacer frente y resolver sus propio malestar.
Dimensión empática-emocional
En este encuentro entre almas, subyacen un conjunto de afectos y emociones, existiendo una gran diferencia entre el amor por el trabajo social y el trabajo social en y desde el amor.
Y el término amor debe ser entendido como ese sentimiento de fraternidad hacia los y las otras.
En este escenario nacen espacios de interacción emocional y afectiva desde la complicidad y el interés por los demás, mediante la puesta en práctica de conductas positivas, para lograr soluciones afectiva.
Así, principios y valores como la lealtad, la sinceridad, la compasión, la honestidad, la equidad, la justicia social, la libertad de elección, los derechos sociales y humanos, el enfoque de género, la diversidad, la moralidad, la espiritualidad, etc.. constituyen los ejes medulares.
Conclusión sobre la intervención social
En suma, a partir de ahora, más que hablar de una intervención social, deberíamos apelar a una intervención social participativa y representativa y colaborativa y empática-emocional.
Y este tipo de perspectiva requiere poner en valor el “ser” por encima del “saber” o el “hacer” sin anular totalmente estos dos últimos.
Y para ello, nuestra práctica profesional debería desarrollarse al amparo de un trabajo social crítico o postmoderno, donde las intervenciones no respondan a la inmediatez, sino a procesos longitudinales perdurables en el espacio y en el tiempo, donde todos los participantes en esta relación de ayuda mutua (somos maestros y aprendices al mismo tiempo) se sitúen en el mismo plano de igualdad, debiendo hacer alusión a contextos de coparticipación y colaboración, donde no existe un problema, sino múltiples problemáticas sociales interconectadas entre sí, donde el trabajador y la trabajadora social junto a las personas, conforman los principales recursos resolutivos.
Las ayudas y prestaciones quedan en segundo plano y deben ser elementos secundarios, en síntesis, la idea pasa por transitar de las sombras del asistencialismo y la simplicidad a las luces llenas de lógicas basadas en la complejidad, transmutando la actual distopía en esa utopía que, desde los orígenes, han impregnado y alumbrado la esencia disciplinar del trabajo social.